miércoles, 4 de marzo de 2015

29.

Contemplar a la Diosa es contemplar la terrible crudeza de la belleza del mundo. La belleza es eternamente revelada cuando el corazón se abre a la vida y permanece abierto sin miedo a lo que sea que la vida haga con él. Su revelación provoca, es sentida como un constante estremecimiento. A través de este estremecimiento llega una especie de comprensión del sentido del mundo. Pero esta comprensión no puede explicarse ni compartirse. Solo puede señalar hacia allí donde cada uno siente el pulso y el latir de lo divino a través de su propia experiencia. Allí donde cada uno abandona el pensamiento y se sumerge de lleno en el espacio sagrado de su propio cuerpo y su propio corazón.

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